El pasado viernes, leí el
estupendo artículo del amigo y gran profesional César Payamps, bajo el título
“Santiago Crece y se disminuye” y no puedo estar más de acuerdo con lo que este
gran arquitecto y melómano describe. Nuestra otrora hermosa ciudad vive uno de
sus peores momentos y su antiguo esplendor ha sido relegado al más miserable
ostracismo.
Nuestro Santiago, ha sucumbido,
no sólo ante la contaminación física, sino también a la contaminación visual y
acústica. Es muy común encontrarnos con montañas de basuras en los barrios y
corrientes de aguas pestilentes que inundan nuestras aceras. Además, estamos
ante una de las peores tentativas de nuestro derecho a la tranquilidad, pues
cualquier desaprensivo se le ocurre la instalación de bocinas al son de
estruendosos y horribles temas. En cualquier esquina proliferan negocios cuyos
escándalos estremecen cualquier indicio de sosiego, violando incluso leyes que
prohíben estas actividades en zonas residenciales, ante la inexistencia de
autoridades, como las de Medio Ambiente, llamadas a controlar este mal.
En Santiago no cabe queridos
lectores un letrero más. Es alarmante, tal cual explica el amigo Payamps, que
ya no tengamos espacios públicos libres, actualmente atiborrados de propaganda
politiquera y anuncios comerciales, que nos incitan al consumismo miserable y a
la pérdida de nuestro anterior apacible hábitat urbano.
En nuestra hidalga ciudad es
prácticamente imposible encontrar bibliotecas, museos, centros culturales,
parques, zonas verdes y áreas de recreación sana, las cuales han sucumbido ante
los colmadones estruendosos, las bancas de apuestas, los prostíbulos
disfrazados de clubs nocturnos y la proliferación de tarantines informales que
ocupan nuestras aceras.
Me da mucha tristeza, observar a
personas en vehículos tirar cáscaras de guineos, botellas, servilletas y demás
basuras a la calle, lo que denota que el problema de Educación en estos lares
es mucho más grave de lo que pensamos. Vivimos una sociedad estruendosa, donde
nadie respeta el derecho al espacio ajeno, donde cualquier pelafustán se atreve
a orinarse en la vía pública sin el más mínimo pudor. Así mismo, personas en
vehículos caros, supuestamente gente disque de nivel, volándose los semáforos
en rojo (como el de la Leche Rica en la Autopista Duarte) o transitando en vía
contraria (como en la calle del Materno Infantil).
Así mismo, nos hemos convertido
en la capital del crimen. Cada día, sólo hay que sentarse a ver los programas
del amigo José Gutierrez para que nos demos cuenta de la ola de asaltos y
atracos que nos arropa. Ya no somos una ciudad segura, ya ni de día se puede
sentir uno a salvo. Lo peor, que carecemos de una policía capacitada, moderna,
que sepa atender las necesidades de seguridad de la población. Siempre he
pensado y reitero, que la Policía Nacional deber ser profundamente
reestructurada, con agentes bien pagos y con buenos equipos.
El “primo” Payamps expresa en su
escrito algo clave: Como sociedad tenemos la predisposición de echarle la culpa
de nuestros males al gobierno. Sin lugar a dudas, es poco lo que las
autoridades han tradicionalmente aportado a nuestro bienestar, pero es una
verdad mayor, que nunca nos preguntamos qué hemos hecho cada uno de nosotros
para mejorar la situación. Con quejas y lamentos es poco lo que podemos lograr.
Algunos nos atrevemos a escribir lo que sentimos, pero otros pueden contribuir
ahorrando agua, no tirando basura a las calles, emprendiendo negocios que
generen empleos formales, asumiendo cultura y disciplina financiera, contribuyendo
con el ejemplo a la educación de los hijos, en fin, haciendo el bien y
respetando al otro.
Finalmente, al mismo tenor del
Sr. Payamps, exhorto a cada santiaguero y santiaguera, que le duela esta
ciudad, a contribuir con un cambio de actitud, una especie de metamorfosis que
vuelva a encarrilarnos como lo que somos, un pueblo ejemplar y no un Santiago al límite.