Hay una antigua
canción del genial rockero experimental español Enrique Búnbury que en una de
sus estrofas dice: “De pequeño me ensenaron a querer ser mayor, de mayor quiero
aprender a ser pequeño”. Es una frase genial que nos induce a reflexionar sobre
nuestra vida y los embates de una sociedad cada vez más compleja.
Creo que estamos
perdiendo la capacidad de maravillarnos por las cosas hermosas y simples que la
vida nos regala por estar inmersos en un círculo vicioso de estrés, competencia
y una vida cada vez más agitada. No disfrutamos de pequeños detalles como la
sonrisa de un bebe, el sonido del viento, la lluvia o el mar, un amanecer
resplandeciente o un bello atardecer, la compañía de un amigo o la lectura de
un buen libro.
Ajeno a todo esto,
que es prácticamente gratis o barato, nos dejamos llevar por una vida frívola y
materialista, que al fin y al cabo no nos hace más felices. Desde la infancia somos
educados para una vida competitiva y cuando estamos ya en la adultez hartos y
cansados de tanta lucha añoramos regresar a la niñez, donde las cosas eran
mucho más simples.
Nos aferramos al
salario como una lapa, vivimos en el miedo constante de perder nuestro empleo o
que no nos vaya bien en el negocio. Nos complicamos la vida adquiriendo activos
muchas veces improductivos de mucho lujo sólo para impresionar a una sociedad
frívola, que nunca nos tomará en cuenta por lo que somos, sino por lo que tenemos.
El Tener ha vencido al Ser. En términos financieros, nos pasamos haciendo cosas
que no nos gustan para ganar dinero para comprar objetos que no necesitamos
para impresionar a personas que en definitiva no nos importan.
Tal vez si nos
animamos a pensar que en las cosas pequeñas podemos encontrar la grandeza de
nuestra existencia, tal vez seríamos más respetuosos y mejores personas.
Vivimos en la era del aguaje y el escándalo permanente, de la prepotencia y la
desidia, la desunión y el individualismo. Lo peor, que nuestras autoridades,
llamadas a predicar la sencillez y la austeridad, son los genuinos responsables
del caos al que somos sometidos diariamente.
Una vida sencilla
es la antesala del éxito en cuestiones de finanzas personales. Saber vivir
hasta donde las sábanas no dé, es un virtud en declive, pues al contrario, tan
sólo recibimos un aumento en nuestro salario y ya estamos pensando en cómo
gastarlo, en vez de destinarlo al ahorro para luego emprender inversiones
productivas. Vivimos pendientes de lo que el vecino tiene y nos amargamos por
no poseerlo, hasta el punto de endeudarnos estúpidamente para conseguirlo.
Pequeño no quiere
decir ser pobre, sino ser emocionalmente inteligente en atraer la riqueza en
base al ahorro y al trabajo tesonero, más la implementación de efectivas
estrategias de inversión a mediano y largo plazo. Pequeño quiere decir no
complicarse la vida con frivolidades y presunciones baladíes.
Los seres humanos
tenemos una capacidad inmensa de complicarnos la vida innecesariamente. Muchas
cosas que se pueden realizar de una manera sencilla, buscamos la manera de
hacerla difícil, muchas veces inducidos por el feo arte del allante. Así mismo, nos pasa con nuestras relaciones, nos
la gastamos para complicarnos la existencia unos con otros, por eso existen las
guerras y mala educación.
Para apaciguar el
innoble sentimiento de la envidia hacia lo que tienen los demás debemos
aprender que las cosas solo tienen el valor que nosotros le damos. Es un buen
axioma financiero, que nos permitirá mantenernos a raya a la hora de sentirnos
inferiores por lo que otros tienen y con ello querer igualarnos tontamente
adquiriendo mercancías inútiles. El mejor ejemplo es el caso de los teléfonos
celulares, un simple celular tiene el mismo objetivo que los revolucionarios
smartphones, poder llamar a otros, más sin embargo nos matamos por obtener los
más caros y complejos, cuando al fin acabo, en el fondo, tienen la misma
función, poder comunicarnos.