lunes, 22 de julio de 2013

Brasil: Protestas y Fútbol

Brasil es un país hermoso pero lleno de contrastes. Es conocido mundialmente por su carnaval, sus playas, sus exóticas mujeres, el Amazonas, sus ritmos musicales, pero sobre todo por el fútbol. Este deporte es para los brasileños toda una religión.

Esta gran nación ha dado los mejores jugadores de fútbol: Garrincha, Pelé, Zico, Sócrates, Careca, Bebeto, Romario, Roberto Carlos, Rivaldo, Ronaldo (para un servidor, el mejor delantero centro de la historia), Ronaldinho, Kaká y recientemente su última estrella, Neymar. En Brasil se respira fútbol, los niños desde pequeños desean ser futbolistas, en parte por placer y por otra, para sacar a su familia de la pobreza.

 La gran mayoría de las estrellas anteriormente mencionadas provienen de estratos muy humildes. Como ellos millones de adolescentes se enrolan en las múltiples academias de los principales equipos como Flamengo (el más popular), Corinthians, Cruzeiro, Gremio de Porto Alegre, Sao Paulo, Vasco Da Gama, Fluminense, Santos (de donde salieron Pelé y Neymar), Botafogo, Internacional de Porto Alegre, Palmeiras, etc.., la idea: hacerse profesionales para lograr fama y fortuna. Recientemente finalizó la Copa Confederaciones, que fue como una especie de gran ensayo para el mundial del próximo año a celebrarse en tierras cariocas.

El país tiene un gran compromiso y sus organizadores han estado bajo mucha presión ya que existen todavía muchos cabos sueltos en términos de logística e infraestructura. Muchos de sus estadios no están al 100%, entre ellos, tal vez el estadio más famoso del mundo, el Maracaná. Según el célebre periodista mexicano Jacobo Zabludovsky, este estadio es la catedral del deporte mundial.

A pesar de los grandes logros obtenidos en los gobiernos de Lula Da Silva, donde millones de brasileños pudieron salir de la pobreza mediante grandes medidas de reestructuración socio-económica, el país adolece de serios problemas. El peor de ellos la corrupción rampante y rastrera que corroe a su sociedad. Todas las manifestaciones de expresión que existen en el país muestran una corrupción multinivel: en la policía, en los servicios públicos, en las empresas, en las instituciones, los contratistas, y sobretodo, en la clase política.

Los brasileños sienten la impotencia de vivir en un estado de impunidad, donde el dinero sucio lo soluciona todo, donde la tolerancia a la corrupción es ley. Brasil es la séptima potencia económica mundial, forma parte de las BRICS, las naciones emergentes que llevan la voz cantante en la economía mundial, y dentro de este tipo de países emergentes, es el más corrupto, sólo superado por China.

Según estadísticas de la Federación de Industrias de Sao Paulo, la corrupción cuesta al país cerca de US$40,000 millones lo que representa el 2.3% de toda su riqueza. Los dos gobiernos de Lula Da Silva, y el actual de Dilma Rousseff, se han visto lamentablemente salpicados por actos de corrupción por miembros de su propio partido.

La impunidad parlamentaria, exceso de secretismo, el clientelismo traducido en financiamientos a las campañas políticas a cambio de futuros favores y el desorden institucional son parte de las causas de este flagelo. ¡Pero el pueblo se hartó!. Y esta inconformidad se ha traducido en grandes manifestaciones públicas de protesta.

Tomando la Copa Confederaciones como plataforma, los indignados brasileros han tomado las calles aledañas a los grandes estadios para mostrar su desencanto y animadversión ante unas autoridades corruptas e impunes. Según algunos manifestantes entrevistados, en Brasil casi se tiene que sentir vergüenza por ser honesto.

Por eso es que saltarse las normas, la piratería, el soborno, el compadreo, el tráfico de influencia, saltarse el semáforo en rojo, meterse en vía contraria, poner música excesivamente alta, la chabacanería, parquearse en sitios prohibido resulta normal. El partido de semifinales entre Uruguay y Brasil, estuvo muy cerca de ser suspendido, pues la policía no podía garantizar la seguridad del estadio Mineirao, de Belo Horizonte, ante la gran la avalancha de manifestantes que se esperaba en los alrededores.

Obviamente, no somos partidarios de la violencia, entendemos que se pueden hacer grandes manifestaciones de repudio, de manera contundente, pero en paz. Las autoridades de la República Dominicana deben verse en el espejo de Brasil y tomar muy en cuenta las consecuencias que el flagelo de la corrupción puede tener sobre nuestra sociedad. Al igual que Brasil, adolecemos de serios problemas de corrupción e impunidad.

En distintos programas de televisión se muestra con lujo de detalles pruebas de explícitos actos de corrupción en casi todas nuestras instituciones, sin que esto motive a alguna autoridad a realizar algún tipo de investigación. Al igual que Brasil, pagar por favores, el compadreo, el clientelismo político, el tumbapolvismo, la chabacanería institucional, violar las señales de tránsito, la piratería, el irrespeto a la paz ajena, el macuteo, el amiguismo y los intereses particulares, el dinero sucio, la falta de criterio político son vistos como cosas normales, y quiénes no nos sometemos a ellas, no tenemos más remedio que sentirnos como bichos raros.

Lo que más me duele, como ciudadano de esta hermosa isla caribeña, es que nuestro pueblo permanece adormilado. Anestesiado por la impotencia, el hambre o el ostracismo intelectual. Pero cuidado, que como en Brasil, ese pueblo, ese gigante dormido, algún día puede despertar.

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